Quien aspire a gobernar debe ser dueño de si mismo
y no rebajarse por unos votos a perder su buena fama. Quien aspira a un cargo
debería aspirar a ser una buena persona y si para conseguirlo se sumerge en el
subsuelo de lo ruin mal gobernante será. Mostrar respeto, tacto, amabilidad o
educación es compatible con defender unas propuestas; son cualidades más
atractivas que la descalificación.
La lengua espoleada por la ira y el orgullo
resulta un instrumento hiriente también para uno mismo. Cuando se ofende al
adversario se descalifica uno mismo. Muestra debilidad de carácter quien
reiteradamente acude a la descalificación y el insulto.
Acudir a un debate como quien va a un ring de boxeo busca ocultar sus
carencias a base de torpedos verbales. Las palabras iracundas dibujan como es
uno mismo, reflejan un estado interior de desasosiego e inseguridad. La crítica
destructiva es un mal modo de proponer soluciones. Podría ser que a la larga
supusiera el logro de unos votos, lo que indicaría la poca inteligencia de los
autores de dicho voto, pero sobre todo la poca esperanza que generaría su
gobierno.