Al ver como en tantas casas la tele siempre está encendida, me pregunto ¿Cómo antaño podíamos vivir sin saber qué tiempo haría, sin chismorreos, sin teletexto? Sin embargo teníamos tiempo para reflexionar, para leer, para jugar. Sabíamos para qué vivíamos, los vecinos eran conocidos, la merienda consistía en el mejor de los casos en pan con un trozo de chocolate y los arañazos eran frecuentes por las sanas y frecuentes peleas con los hermanos. ¿Hemos avanzado mucho en 50 años? Técnicamente, es indudable. En calidad, no sabría asegurarlo. Nos lo dan tan hecho todo, tan masticado. Opinamos lo que diga la mayoría, doy por hecho que lo que dice la prensa es cierto. Resulta todo tan al acceso de un clic que considero general un déficit de libertad interior, de libertad de la de verdad. De la que algunos con menos medios no han perdido nunca. Obsérvese a un campesino libre de prejuicios, a un anciano que ya está de vuelta de muchas cosas, a pensadores honestos. Alexander Solzhenitsin, Premio Nobel de Literatura, tras pasar años en cautividad comentó: “Bendita prisión que me hace reflexionar, que me hace hombre”. Y es que lo que nos distingue de otros animales debería ser la ponderación, el ejercitar la libertad interior que nadie ni siquiera una cárcel nos puede arrebatar.
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