
Pienso
que podríamos tener la misma actitud que, de manera casi unánime, tiene cada
caminante del camino: “buen camino” va diciendo de manera espontanea cada
persona que sonriente pasa por tu lado; “buen camino” contesta generalmente el
excursionista apelado.
Nada de zancadillas, nada de querer fastidiar, nada de
aprovecharse del compañero o de robar al vecino en la litera del albergue. No
es un cuento, es real.
Al caminante, le brota lo mejor de él mismo: vale la
pena vivirlo. Reencontrar la ilusión de las pequeñas cosas, de la simplicidad,
de la alegría que surge fruto del esfuerzo i de la camiseta sudada.
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